martes, 26 de enero de 2010

El Capitan Trueno.-

"Siempre soñé con escribir las aventuras de un caballero andante, y Editorial Bruguera me brindó la ocasión. Este caballero es fuerte, simpático, lucha con noble idealismo moral por la justicia, la libertad, la fraternidad, la paz (…) Su papel fue a menudo el de hacer que masas de gentes tomaran conciencia de la bestial explotación a que eran sometidas por un grupo de vampiros (…) Si algo se le puede reprochar es que desde un punto de vista estético, el Capitán tiene todos los defectos de los héroes positivos de la novela soviética mala… jamás tiene una flaqueza. Jamás tiene nada que reprocharse… Es el hombre que se reprime constantemente para estar a la par con los ideales que defiende…
Esta cita de Víctor Mora nos define perfectamente al personaje principal de la serie, tanto en los aspectos positivos como en los negativos.
El personaje más joven y, quizás, con el que más se identificaban los lectores jóvenes. Es hijo del conde de Normandía, pero, al morir su madre, es dejado bajo custodia de nuestros amigos, convirtiéndose con el tiempo en escudero de Trueno. Las bromas entre Maese Goliath y Caballero Crispín son de los episodios más memorables de la serie. A medida que va avanzando la serie se irá convirtiendo en un verdadero donjuán con las muchachitas de su edad y cada vez adquiere mayor protagonismo, llegando correr aventuras por su propia cuenta, especialmente en EL CAPITÁN TRUENO EXTRA.
El personaje preferido por dibujantes y lectores. Los primeros porque parece ser que era muy cómodo de dibujar y los segundos por su simpatía. Es un tragaldabas que no puede pasar más de una hora sin comer. Si hay algo que le guste más que la comida es una buena bronca, en las que hará uso de su toma-toma o demostrará a sus contrincantes porqué le llaman el Cascanueces (la cosa tiene que ver con las cabezas). Si hay alguna mujer robusta que se cruce por el camino de nuestros héroes ésta se enamorará perdidamente de Goliath, lo que le costará más de un disgusto. Es especialista en tirarse del globo cuando no hay más lastre.


Todo caballero tenia que tener una dama y el Capitan no iba a ser menos.Sólo que en este caso, además de ser constantemente raptada es algo más. Sigrid es reina de la isla de Thule y no es la típica damita que espera en el balcón de su castillo la llegada de su amado (no quiere esto decir que a veces no le ocurra eso). Acompaña en muchas aventuras al trío protagonista, convirtiéndose este en cuarteto, y en más de una ocasión le ha salvado la vida a estos, algo que era inconcebible en los años en los que nació el Trueno. Además de esto también fue revolucionaria en otro detalle: Sigrid y Trueno siguen sin casarse. Conviven juntos, aunque en habitaciones separadas, y son considerados casi como matrimonio, pero no están casados (¿pareja de hecho?).
La semblanza de los protagonistas esta publicada en esta pagina: CapitanTrueno on line

Me ha parecido buenisimo este articulo de Eduardo Martinez-Pinna. Recomiendo su lectura.

VÍCTOR MORA, EL CAPITÁN TRUENO Y EL AGUANTE DE UN GUIONISTA.

Texto de Eduardo Martínez-Pinna.
[ Cubierta de una de las recopilaciones de Ediciones B de la colección primera de El Capitán Trueno, gran creación de Víctor Mora, engalanada con una ilustración de Miguel Ambrosio Zaragoza "Ambrós". La sonrisa y la incombustibilidad del personaje fueron una baza importante de su éxito. Haga clic sobre la imagen si desea ampliarla, al igual que sobre el resto de las imágenes de esta página web. © 2003 Eds. B / V. Mora / Ambrós ]

El Capitán Trueno es una historieta en formato cuadernillo de contenidos épicos muy característica de la España de los años cincuenta. Los créditos -cuando aparecen- vienen firmados por el guionista Víctor Mora (con el pseudónimo de V. Alcázar y otros) y por el dibujante Miguel Ambrosio Zaragoza (Ambrós). Desde los primeros tiempos de su creación, parece asumir -que no asume- todos los tópicos de un género de tan elevado aprecio popular. El nombre de su protagonista, su componente estólido, la jerarquía que impone a sus compañeros, de claro tinte paternalista, y la presencia de una dama con la que mantiene un amor casto y mendaz, que lejos de humanizar al héroe lo reafirma como estereotipo. En suma, hay una contrastada superioridad de lo masculino sobre lo femenino, y de la nobleza de los caciques sobre la incultura y patanía que derrochan las clases populares que ven en el líder un modelo de comportamiento a seguir.
La ambientación de un escenario, esencial en el desarrollo de cualquier historia heroica, queda por completo desdibujada en estas aventuras medievales, no sólo en el plano gráfico, sino también en el literario. Este hecho puede deberse aparte de la impericia de los narradores, a una estrechez de plazos de entrega motivados por una cadencia semanal que impide la precisa visualización geográfica. En la vertebración del relato se rinde un excesivo tributo al “continuará”, por otra parte típico de cualquier serial de todo país o época, que sirve para presionar a los compradores en la adquisición del siguiente cuadernillo. Los ciclos argumentales deben terminar antes del final de un ejemplar para rápidamente comenzar el siguiente y acabarlo en situación apurada. Como la acción es el centro y la coartada de las historias, los diálogos son escasos y donde se hacen necesarios resultan engolados y retóricos tanto en las Página de Ambrós. Clic para ampliarla. escenas de (falso) amor, como en otro tipo de parlamentos religiosos o ideológicos, en consonancia con la casta dominante del país, y vigilados por una censura poco dada a concesiones y flexibilidades.
En El Capitán Trueno, la recalcada ausencia de factor tiempo y el encadenamiento de episodios más o menos independientes, no ligados por subtramas, incide en el cierre de las posibilidades de evolución de la historia por lo que la repetición de supuestos argumentales será una constante temida al poco tiempo de la apertura de una colección.
El equipo formado por Víctor Mora y Ambrós modifican el cerrado libro de estilo que cursa con los seriales de aventuras en la mayor parte de los primeros 175 cuadernillos de este serial. La reforma del canon trae como consecuencia la deriva hacia un relato más personal dotado de un cuerpo de mucho mayor contenido y sensiblemente mejor construido que bebe de influencias más veraces que las propuestas por los seriales de aventuras patrios. Las referencias irrefutables que aproximan el relato de Mora (y Ambrós) hacia una mayor cualificación son las historietas de la prensa sindicada estadounidense, más en concreto las de Milton Caniff (Terry y los piratas) y Hal Foster (Príncipe Valiente) que el autor conoce y admira.
Historia editorial de El Capitán Trueno.
Un enfoque simplificado de la trayectoria editorial de la obra, compleja en formatos, guionistas y dibujantes, podría venir representada en tres épocas distintas, correspondiendo dos de ellas a la producción de material original y una tercera a la reedición de productos de calidad ínfima que han contribuido a demonizar y dar contexto a la (cierta) leyenda negra de Bruguera.
La primera fase de producción de material original, principal e inicial, queda enmarcada entre 1956 y 1968, con la aparición del personaje en cuatro soportes editoriales. Cuadernillos de El Capitán Trueno en número de 618 (14-V-1956 a 12-VIII-1968), siendo sus dibujantes más cualificados Ambrós y Pardo. A los tres meses de iniciarse este formato aparece el héroe en dos páginas de la revista Pulgarcito, desde el día 13-VIII-1956 hasta el 1-I-1962, con un receso que ocupa la práctica totalidad de 1957, año en que no hace presencia en la revista. El 18-I-1960 surge un formato vertical con el nombre de El Capitán Trueno Extra, publicación que cae en manos de autores artesanales obligados a asumir el estilo Ambrós y que alcanza 427 ediciones hasta su cancelación el 18-III-1968. En estas tres conformaciones hay presencia de ediciones especiales llamadas extras y almanaques. La publicación de material original, en esta primera fase, culmina con la aparición de seis títulos en la colección Héroes, entre marzo de 1963 y marzo de 1966.
De 1968 a 1975 Bruguera da pie a su leyenda negra al sacar al mercado una especie de refrito titulado Trueno Color, de 297 números en total, que mezcla sin ningún reparo episodios de las ediciones anteriores, a excepciónClic para ampliar de la colección Héroes. Es una mezcla desordenada (sublimación de una primera colección espuria titulada Album Gigante) con supresión de episodios y viñetas completas, remontado y retocado de las mismas por concesiones a la censura, a lo que hay que sumar el añadido de color de calidad ínfima y unas portadas, que pese a la bondad de las pinturas de Bernal, no justifican una edición tan… injustificable. Las múltiples reediciones y retapados de este producto menor, hacen de él la colección más conocida del héroe de Mora.1
Durante la década de los ochenta, y a consecuencia de un auge editorial de cómics en España, la obra retorna en dos diferentes modelos de renovación. Uno son las reediciones fieles de parte del material original, realizado la mayoría de las veces por editoriales piratas y a precios abusivos. Su reclamo comercial está basado en la evocación nostálgica que despierta el personaje en un sector adulto de la clientela que quiere recuperar sus tebeos de infancia, aun a precios astronómicos. Tebeos que por otra parte pasan de ser una “vil muestra” de la industria franquista a historias meritorias con las que aprendieron a soñar muchos jóvenes españoles. Aquella validación al alza trae como consecuencia la producción de nuevos relatos, publicados por otras editoriales además de por Bruguera y su continuadora Ediciones B. El personaje es básicamente el mismo con un remozado y pulido en sus actitudes más reaccionarias, incluida su postura ante el amor, lo que permite a los españoles hacer realidad el fetichismo soñado de ver la cara oculta de la luna, la integridad dorsal de una Sigrid maciza y sensual. Pese a los intentos de Víctor Mora por mantener en un plano de actualidad a su antigua creación, pese a los espectaculares dibujos de algunos de sus nuevos dibujantes (en especial los de John Burns) y pese a la desnudez de Sigrid, estas historias tan sólo traen un valor coyuntural en la biografía editorial del personaje, y su breve estela se disipa en los inicios de la década de los noventa. Aparte, en mayo de 1982, en la enciclopédica Historia de los Comics de Toutain Editor, aflora una curiosa aventura de El Capitán Trueno obra de Mora y Ambrós, de componente testamentario, que de una manera metafórica narra la caída de la censura y la liberación del personaje en todas sus manifestaciones. Una escena brilla especialmente: Sigrid, desnuda y en el lecho conyugal, pide más lances amatorios a un Capitán Trueno sumido en un estupor cómplice y refractario.
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1 Uno de los trabajos que quedan pendientes sobre El Capitán Trueno, sería el de la indización e identificación editorial de las páginas de Trueno Color. Actualmente, la indización más detallada y pormenorizada de toda la bibliografía de la obra es la de José Fernández que viene en el libro El Capitán Trueno, un héroe para una generación [previamente publicada en autoedición; clic aquí para ver su ficha en Tebeosfera], la cual se completa con la aportación de otros datos significativos como fechas, dibujantes, guionistas, cadencias y complementos, recomendándose enfáticamente su consulta [clic aquí para acceder a su última edición].

Cubierta de una de las recopilaciones de Ediciones B de la colección primera de El Capitán Trueno, gran creación de Víctor Mora, engalanada con una ilustración de Ambrós. Haga clic sobre la imagen si desea ampliarla, al igual que sobre el resto de las imágenes de esta página web. © 2003 Eds. B / V. Mora / Ambrós ]

Víctor Mora, guionista Bruguera y autor de El Capitán Trueno.
Mora es un narrador pragmático producto de una época concreta y capaz de desarrollar el oficio en unos cauces sociopolíticos y laborales manifiestamente hostiles. Gran parte de su actividad profesional está enmarcada en la plantilla Bruguera en actividades de traductor, redactor y guionista, desplegando en ella la mayor parte de su prolífica obra. Su actividad fabuladora está regida y regulada por la censura que vehicula y normaliza la dirección conceptual y formal de cualquier variante de narrativa, incluida la historieta. Ésta se presenta inflexible en temas sexuales y en la sátira de valores que el Estado considera intocables y, dependiendo de épocas, presenta una mayor flexibilidad en la violencia épica. Eludirla se hace una tarea compleja más no imposible. Y siempre gratificante.
Víctor Mora derrocha un dilatado caudal de conocimientos en lo relativo a cultura popular, y de manera particular en los cómics. Es un enamorado de los llamados seriales río (como Príncipe Valiente y Terry y los Piratas) con los que presenta sugestivas afinidades, consiguiendo en determinados momentos asumir esas técnicas y todo lo que comportan, esto es, caracterización de figuraciones, descripción de atmósferas y paso del tiempo.
Su prolificidad es un hecho que además de constatable, se ha mantenido con un gran promedio de calidad, no siendo pocos los momentos en los que su oficio ha dado muestras de brillantez, a consecuencia de acontecimientos que suelen concretarse al comienzo de sus seriales. Clic para ampliar.Una libertad  creativa la suya con pocas trabas editoriales que no sólo le permite alejarse de las normas impuestas por los seriales de aventuras sino el asumir las influencias antes citadas –de contrastada mayor solvencia- con lo que además evita la reiteración de supuestos argumentales. Añádase  a esto algunas circunstancias externas como cierta tolerancia censorial (una laxa ley de prensa de 1955) y la elección de un dibujante apto, que realza el potencial narrativo del guionista.
La capacidad de establecer vínculos o afinidades con ciertos dibujantes ha caracterizado y valorado los guiones de Víctor Mora. Cuando ha sido el genial Ambrós, su narrativa ha fluido con una gran libertad, prácticamente sin rémoras. Parte de esa química también se hace presente en los primeros números de El Jabato ilustrados por Darnís, que el tiempo no ha tratado tan bien por constituir en parte una canibalización de su anterior obra.
La libertad editorial acompañada de una tolerancia censorial sirve de acicate a la estimulación creativa, y en Víctor Mora no supone ninguna excepción. Ello le permite entrar sin cortapisas en las normas que determinan las leyendas épicas. Deshace arquetipos y consolida la personalidad de protagonistas, secundarios y malvados, añadiendo además un magnífico elenco femenino que le asegura la complicidad de las lectoras, con lo que se incrementan las ventas, al contener la trama argumentaciones apasionadas al estilo de Milton Caniff. Mora aporta una cierta ambientación que hace distinguibles los espacios geográficos que pisan los personajes, dando identidad a Tierra Santa, Extremo Oriente, los mares de China, regiones variadas de América, fiordos noruegos y otros. Se asoma al serial río al enlazar episodios de ritmos trepidantes mediante fabulaciones secundarias, contribuyendo a dar objetivo y finalidad a las aventuras de los protagonistas. De esta manera queda muy presente un argumento subsidiario, materializado en la búsqueda y traslado de un tesoro fabuloso, y en la restauración de los derechos reales de Sigrid en el trono de la fosteriana Thule (cuadernillos 59 al 129 de Ambrós). Pese a las prometedoras maneras iniciales que significaban los primeros años de la serie, la insuficiencia de Mora se patentiza en multitud de textos de apoyo absolutamente innecesarios para el relato -cargados de ecumenismo y con doctrina de connotaciones que podrían tenerse por franquistas y en una excesiva simplificación del espacio y del tiempo.
Con el revival de El Capitán Trueno en la década de los ochenta se ha querido ver en el héroe un icono de la lucha contra las dictaduras de opereta y una constante burla de la censura. Incluso se le ha alineado en una izquierda sin matices, que empareja los genocidios estalinistas con las tesis cercanas al capitalismo de la social democracia. Este razonamiento, tan apurado, resulta muy discutible. Si bien es cierto, que el final de los episodios suele coincidir con el derrocamiento de un tirano militarista y su sustitución por un senado de economía agropecuaria (un consejo de ancianos, una especie de aristocracia que sustituye la expansión militarista por la agricultura y ganadería), no lo es menos que estas asambleas ni se rigen por usos democráticos ni por socialistas, del todo inexistentes de una Edad Media, por ficticia que sea. No solo eso; buena parte de la ideología personal del héroe lo equipara con un alto funcionario del régimen al esgrimir como valores universales el machismo, la beatería, el sentido jerárquico de casta y el subsiguiente dominio de las elites, y si lo libera de otras valías “trascendentes” como la familia, en sentido de procreación, es por hacerle portador del cristianismo que difunde por apostolado. Una posible tendencia que reconcilie al personaje con el incomprendido mundo de la tolerancia, radica en su desarraigado cosmopolitismo, y su consecuente poliglotismo y ausencia de racismo. Pese a todo, la censura vuelve a estropear estos valores universales al imponerle la “españolidad”, Censura de cualquier actitud sexualoriginando una paradoja que combina el alma libre de un vagabundo con la ideología reaccionaria que acompaña al nacionalismo.
La elusión de una censura en temas sexuales o excesivamente apasionados toma cuerpo en la fogosidad erótica que determinados personajes femeninos sienten hacia el protagonista, en un claro homenaje a las historietas de Milton Caniff. Desde las apariciones de una primigenia Sigrid (cuadernillo 3) a los envites posesivos de la pirata oriental Singhi Lai (cuadernillo 31), incluyendo la culminación del erotismo visible en el poligámico, sádico y enfermizo amor que la reina Kundra siente hacia El Capitán Trueno y el vikingo Kyril (cuadernillos 78 al 81), idealizaciones viriles, sensuales y sobre todo sudorosas que fascinan a la dama de pelo negro. La maestría de Ambrós retrata este capítulo en miradas y gestos considerablemente explícitos, y lo hace físico en el enorme magnetismo animal que exudan ambos personajes masculinos.
Las apostillas oportunistas de algunos comentaristas sobre la búsqueda de otros referentes sexuales (homosexualidad, pederastia, calidad de refractario al sexo opuesto…) se basan en precedentes similares a los expuestos por el Dr. Wertham en su libro La seducción del inocente, y aparte de ser demasiado rebuscados, apenas contribuyen con nada original, por lo que su comentario es ajeno al cuerpo del presente escrito.
Como en cualquier comienzo de cualquier obra, la reiteración argumental permanece inicialmente alejada, por lo que los primeros episodios manifiestan una agradable soltura y un discurrir por un camino que Mora hace que parezca poco trillado. La repetición de los esquemas narrativos se presenta en cualquier obra seriada, y su presencia será tanto más pronta, cuanto más circunscrito sea su libro de estilo, o más cerradas sus condiciones editoriales. El oficio de su autor y la ampliación de los preceptos estilísticos permiten el suficiente fuelle para la progresión de la obra, que iniciará su decadencia con el abandono de Ambrós.
En estas condiciones El Capitán Trueno es un triunfo editorial que llega a vender 350.000 cuadernillos semanales y 100.000 de Pulgarcito. Y además es una obra con un sentido narrativo brillante, sobre todo en su formato primero. El éxito induce a Bruguera a la expansión de su título, que con seguridad significaría un nuevo ingreso de dividendos, aunque para ello necesite contratar otros dibujantes pues Ambrós está sobre explotado. Pero la avaricia rompe el saco y en muy poco tiempo todas estas inmejorables condiciones cambian de rumbo, al menos en su acepción estética. Ambrós se retira, se abre un tercer título (El Capitán Trueno Extra) que nace herido por la imposición de Bruguera de la imitación / plagio de las maneras de su dibujante estrella, y Ángel Pardo se hace cargo de los cuadernillos aplicando un quehacer en nada parecido al de Ambrós. Víctor Mora entra en cierta irregularidad creativa al modificarse buena parte de los parámetros que le acompañaban al inicio del serial. Y por si fuera poco, la censura se fanatiza con la aparición de la Ley de prensa de 1964, mucho más inflexible que la anteriormente derogada. De 1960 a 1968, el talento de Mora ya no brilla de manera continua, haciéndolo tan sólo en retales expresados en determinados trabajos de Ángel Pardo en los cuadernillos, Fuentes Man en contadas ediciones del formato Extra, y Ambrós con su efímero retorno en algún número especial.
Víctor Mora y Ambrós.
Miguel Ambrosio Zaragoza (1912-1992) es un dibujante de estilo clásico que se acoge al mismo como resultado de su propia evolución y por asumir maneras e influencias escolásticas. Su característica fundamental, la más definitoria, es el dinamismo y la ingravidez que impone a sus figuras, la coreografía que emanan sus composiciones, y una dinámica postural que jamás aparece desvitalizada. El motivo fundamental de sus viñetas son pues sus personajes permaneciendo los fondos difuminados, variando poco los encuadres, y utilizando de manera muy moderada la documentación.
En su estilo destaca además la expresividad facial de los personajes aunque bien es cierto que toda su cosmología El último estilo de Ambrósse integra en pocas fisionomías, por lo que muchas de sus figuraciones tienen la misma cara. Estas limitaciones alcanzan su significado en escasos primeros planos, lo que añadido a la poca definición del escenario se plasma en un ritmo narrativo mantenido con pocos acordes. Páginas con profusión de planos generales, con ausencia de panorámicas descriptivas, sustituidas por textos de apoyo, la mayoría innecesarios. Es una visión simplificada del ritmo del tebeo, casi tosca pero efectiva, puesto que sus grandes aciertos coreográficos superan con creces las limitaciones en angulación, perspectiva, encuadres y profundidad de campo.
Las privaciones técnicas de Ambrós pueden ser debidas a una cadencia laboral excesiva con plazos de entrega muy limitados. El viejo maestro hace de la simplificación y de la economía narrativa un arte, y de la no documentación una necesidad, centrándose en los motivos que dibuja con mayor eficiencia. Son recursos que no lo hacen único, pues son muchos los autores que han sentado su técnica en estas bases, obviando escenas intermedias, centrándose en motivos principales y forjando relatos de ritmo trepidante.
El trabajo de Ambrós en El Capitán Trueno, pronto sufre una rémora de calidad, consecuencia directa del ritmo laboral y de los plazos de entrega. El entintado de Beaumont impide el uso de pinceles a un Ambrós muy virtuoso, por lo que sus dibujos se endurecen, perdiendo parte de su llamativa ingravidez y de su expresividad facial, que había caracterizado las primeras 35 entregas del cuadernillo.  
Con un dibujante como Ambrós y con toda la serie de supuestos favorables descritos en líneas precedentes, Víctor Mora roza los conceptos del serial río quedando el trabajo de Pulgarcito con un cierto aire promocional, secundario. La magia que convierte a la obra en un clásico y en un referente nostálgico queda unida de manera indeleble a la edición en cuadernillos y de una manera especial a aquellos firmados por Mora y Ambrós. La descripción de los personajes y aventuras del serial inicial cala hondo, no sólo en millares de lectores, sino también de lectoras, más propensas a identificarse con las heroínas retratadas por Mora que con las protagonistas de los relatos para niñas tan sólo preocupadas por servir de reposo y útero virtual de los melifluos galanes. De todos es sabido que en aquellas épocas la descendencia se producía por la actividad sin descanso de ciertas aves ciconiformes que anidaban en los campanarios de las iglesias...
Buena parte de las condiciones favorables que impulsaron a El Capitán Trueno hacia la brillantez se repiten en los primeros noventa números de la serie El Jabato, ilustrado con la misma tónica clásica por Francisco Darnís (1910-1966) dotando a los inicios del serial de un imponente empaque estético. Víctor Mora fuerza algo más la tolerancia censorial al mostrar a un héroe de clara extracción proletaria (un agricultor, un paria de la tierra) que se alza en armas contra imperios expansionistas, de manera similar a lo acontecido con el tracio Espartaco unos cien años antes. Cabría preguntarse si Víctor Mora conocía la obra de Arthur Koestler (finales de los años treinta) de clara influencia socialista, o la película de Stanley Kubrick de 1960, con la que le unen curiosas similitudes argumentales, que se hacen muy palmarias en el cuadernillo 72 de febrero de 1960. Como un Espartaco cristianizado, El Jabato es convertido por Roma en un líder guerrero capacitado no sólo para las guerrillas, sino para asumir el generalato en guerras convencionales en las que prima la táctica y los saberes de Sun Tzu (El Arte de la Guerra) sobre el sabotaje y la guerrilla. Como su anterior serial, El Jabato gozó de un importante éxito económico que la posteridad no ha elevado a clásico porque buena parte de sus supuestos iniciales son análogos a los exhibidos en El Capitán Trueno.
Con el retorno de Ambrós en 1964 hacia formatos verticales (siete ediciones Extra, y dos Especiales) todas aquellas circunstancias que habían permitido la expansión de Mora hacia las grandes historias, se ven sustancialmente modificadas. Una censura intransigente (Ley de prensa de 1964), una autoría editorial y una inhibición profesional del guionista, se traducen en unas historias que sustituyen la épica por el estrambote bufo. Pese a todo, la magia de Mora resurge en una historia publicada en el Almanaque de 1965, la titulada “El conde bromista”, en donde el argumento vira hacia la alta comedia de diálogos ingeniosos, aderezada con algo de slapstick (golpes, peleas sin violencia, caídas al agua...) Un Ambrós maduro, que se entinta a plumilla y que mantiene su mágico e inmutable estilo hace de esta historia una de las más ocurrentes que jamás haya vivido El Capitán Trueno, quien cede su protagonismo a las chanzas de Goliat y a los divertidísimos personajes secundarios magníficamente caracterizados. Clic para ampliarUna auténtica delicia en su aparente modestia.
El mágico tándem resurge de sus cenizas en 1970, con la creación de una “superproducción” Bruguera que pueda competir con éxito ante el aluvión de cómics americanos que pueblan los kioscos españoles: El Corsario de Hierro. Aunque inicialmente aparece en las páginas de una nueva revista, Mortadelo (el otro gran gigante Bruguera) enseguida goza de una atractiva edición similar a los comic books de EE UU, con fabulosas portadas pintadas por el genial Bernal. Desde el primer momento, El Corsario de Hierro responde a las expectativas estéticas y comerciales que sobre la nueva obra se habían depositado. Las características que capacitan la labor creativa de Mora y el Ambrós inmutable, más dueño de su estilo que nunca, hacen de la obra el mejor serial de aventuras publicado en España. Con una estructura en relatos más independientes (de 30 páginas), entrelazados por subtramas secundarias que se pueden englobar en ciclos argumentales más o menos extensos, Mora cuaja una gran historia con todos sus ingredientes básicos (amor, pasión, aventuras, realismo y comedia) que sujetan unos personajes definidos en un entorno muy atractivo. Su mejor  historia, “El Circo Bambadabum”, y su secuela, nos presenta una comedia de ritmo enloquecido, plena de personajes excéntricos en los que destaca por encima de todos la figuración del rey inglés Carlos II, paradigma de cualquier monarquía: Pobreza de espíritu, falacidad, un cargo que le viene enorme, y una incapacitación definida en su rostro, mitad sensual y mitad lerdo. Es una obra testamentaria, en algunos momentos crepuscular, con un guionista tan maduro que se autoplagia para seguir progresando. La química con su dibujante favorito está más presente que nunca dando forma como nadie a sus historias, siempre convencionales, y casi siempre magistrales.


[ Cubierta del número 299 de El Capitán Trueno, ilustrada por Ángel Pardo. Haga clic sobre la imagen si desea ampliarla, al igual que sobre el resto de las imágenes de esta página web. © 2003 Eds. B / V. Mora / Ambrós ]

Víctor Mora y Ángel Pardo.
Tras la desbandada de Ambrós en 1960, El Capitán Trueno se transforma en una franquicia de autoría editorial a la que sigue una serie de reediciones desafortunadas que apuntalan la leyenda negra de Bruguera, por otra parte, ignominiosamente cierta. Pero entre esa concatenación de hechos desventurados hay momentos de un refrescante brillo con lo que se desacelera el descenso irreversible de la obra hacia la mediocridad que apunta. Algunos de los tramos firmes en aquella ciénaga vienen definidos por determinados encargos de Ángel Pardo (1924-1995) que logra rescatar el pulso narrativo de Víctor Mora.
Su trabajo se circunscribe a los cuadernillos, de los que dibujó unos 280 (frente a las 166 realizaciones de Ambrós). Es pues el dibujante que más páginas ha realizado de la obra, y uno de los pocos que no sigue el estilo Ambrós impuesto por la editorial. Los mejores momentos de su obra se sitúan entre las ediciones 169 (28-XII-1959) y 332 (11-II-1963) interrumpidas por firmas como Ambrós, Buylla y Marco.
En teoría, los supuestos censoriales y laborales que afectan a Pardo en sus realizaciones son similares a los de la época de Ambrós, salvo en lo relativo a la aparición de una reiteración argumental, que Víctor Mora comenzaba a padecer. Pero buena parte de su oficio se mantiene y aprovechando la expresividad y tendencia a la caricatura de Pardo se inician entonces una serie de episodios cómicos de una incuestionable incorrección política que aportan a la serie un balón de oxígeno y una huida hacia delante que dilata el espacio argumental de la obra. En un claro homenaje a los Hermanos Marx, y en especial a la actriz Margaret Drummond (coprotagonista de muchas de sus películas), Víctor Mora dota de un irresistible magnetismo erótico a Goliat, convirtiéndolo en el objeto de pasión de una serie de mujeres cuyos rasgos comunes estriban en su gordura, fealdad y autoridad. El macho dominante y atractivo deja de ser el grácil Capitán Trueno (menos grácil en las figuraciones de Pardo) que es sustituido por la imponente presencia de su escudero, en unos guiones de agilísimos diálogos de alta comedia y bofetones ajenos a la violencia. Mora fuerza en demasía la situación a veces, dándose circunstancias muy similares en los episodios contenidos entre los números 191 al 198, 258 al 265, y 298 al 300. El gigante huye de unas amazonas ferocísimas, renuncia al fogoso amor de una matrona vikinga, que es reina en una soterrada burla de la antigua y finada Kundra, y finalmente burla el candor virginal y asesino de unas sacerdotisas extremadamente feas que quieren convertirlo en su macho único.
Hay pues una impía crítica contra las esencias del matriarcado en una comedia sexual de marcada impronta esperpéntica. La habilidad de Mora se expresa en la alternancia de estas tramas bufonescas con unos episodios tan dramáticos como los que hiciera con Ambrós, que retratan a un Capitán Trueno en permanente estado de angustia y sufrimiento. La excesiva presión de una censura que va cobrando fuerza y el ya evidente cansancio de Víctor Mora hacia sus personajes precipitan la obra hacia su final, convirtiéndola en una serie de episodios reiterativos, cómicos pero sin gracia, que toman todo su cuerpo a partir de 1964.
Algunos ciclos aventureros dibujados por Pardo, tanto cómicos como épicos, contribuyen a formar la leyenda del personaje aportando a la obra grandes momentos, pese a que sus limitaciones se hacen más evidentes que las de Ambrós. El quehacer de Mora coacciona al dibujante a dar lo mejor de sí mismo, esto es, dotar a la serie de unos personajes con una fisonomía esperpéntica, capaces de alargar las licencias argumentales de una serie que se va agotando.
Víctor Mora y Fuentes Man.
Con la perspectiva que da el tiempo, se podría definir el trabajo de Fuentes Man (1929-1994) como un intento de dignificación de la serie, cuando ésta estaba en los momentos de mayor insuficiencia. Es a partir de 1964 cuando el estilo de Fuentes se libera de las trabas que Bruguera había impuesto. Si su trabajo en cuadernillos es una simple anécdota (números 588-590) el realizado en el formato Extra interesa a la respetable cantidad de 161 números y algunos especiales, con lo cual se sitúa como uno de los dibujantes más prolíficos de la obra.
La pericia de Fuentes Man presenta unas notables diferencias con los dos autores anteriores, pese a que en un principio se le impuso la técnica de Ambrós. Es el dibujante que más importancia concede al escenario, apareciendo detallado en delicadas tramas de plumilla con planificaciones y encuadres más arriesgados. Sitúa con convicción a los personajes en ambientes nocturnos, sombríos y neblinosos, adoptando en poco tiempo una fisonomía ajena a la concebida por Ambrós. Los rostros están detallados, sobre todo los de los malvados, por lo que no desprecia el primer plano, aunque en ocasiones su trabajo se parece al de los grabadores, por lo que pese al virtuosismo, la frialdad ilustrativa está muy presente. Asimismo, sus figuras adolecen de movilidad, con errores anatómicos que confieren a los dibujos un aire de hieratismo que en nada beneficia a sus páginas. Pese a estos defectos, algunos de sus episodios son los que presentan la mejor textura y ritmo de todo el serial.
De los tres grandes dibujantes de la obra, Fuentes Man es el que menos química establece con Víctor Mora, por razones tan evidentes como puedan ser el agotamiento del guionista, adoptando un papel de mero cumplidor ya en plena monotonía argumental. Por si fuera poco, la madurez creativa del ilustrador, coincide con los máximos de la censura, apareciendo en los episodios más ridículos e impersonales de todo el serial.
Tan solo en momentos puntuales saca algunas historias, todas ellas similares, encuadradas en un ciclo que Juan Ramís Masiá ha definido con el nombre de “Goliat diplomático”, presentes en los números 257 al 259, 263 al 265, 278 al 280 y los que van del 381 al 383. Mora vuelve a las tramas cómicas, reasentando a Goliat en una situación absurda propia de una comedia enloquecida de los hermanos Marx. Si un diplomático ejerce como cualidades definitorias su sangre fría, su carácter moderado, la sonrisa permanente y un abuso de la falacia en sus parlamentos, el titán presenta un temperamento del todo opuesto.2 El estilo puntilloso de Fuentes Man, crea unos tramposos burdos y de humor primario con inevitables escenas de slapstick que se encajan en un engranaje adecuado, dando un resultado de rudimentaria hilaridad, sobrada de efectividad. El dibujante crea un escenario poblado de muebles que se rompen, charcos y barrizales que sirven de zonas de pelea, y ropajes de mucha galanura y ostentación que envuelven de manera chusca al protagonista de estos episodios. Es la presentación de un decorado adecuado, pletórico de brillantes diálogos y equívocos, que justifican la rotura de los muebles, las caídas al agua, y los desgarros de las ropas.
El propio Víctor Mora confesaba que la afinidad hacia Fuentes Man no llegó a más, reconociendo que tenía que haberle creado un personaje a su medida (Galax el cosmonauta no llegó a serlo) que hiciese brillar su estilo, quizás el más personal y arriesgado de los grandes dibujantes de la obra, y con mucho el más desaprovechado. Una lástima.
Conclusiones.
Atribuirle a Víctor Mora la paternidad global de una obra como El Capitán Trueno, puede que sea hacerle un flaco homenaje. En los créditos figuran además otros guionistas, y más de veinte dibujantes. Lo que a todas luces queda claro es que hay dos tipos de Capitán Trueno, parcial a las épocas de realización. Aquel que significa una buena obra, a veces extraordinaria, y siempre guionizado por Víctor Mora, y un segundo tipo, de autoría editorial, que merece menos comentarios. A lo largo del estudio, y por respeto al significado de esta obra, solo se comenta aquel que trasciende al tiempo, capaz de dejar una impronta en la memoria de sus millones de lectores. Es, junto a Mortadelo y Filemón, la obra más conocida del tebeo español, y la más vendida.
Uno de los mayores méritos de Víctor Mora reside en la capacidad de resistencia que tuvo que derrochar para trabajar en una editorial como Bruguera, haciendo suyo el aforismo que reza que aguantar es ganar. Su victoria se ratifica en su obra final, El Corsario de Hierro, triunfo casi absoluto de su narrativa sobre imposiciones editoriales, triunfo que ya venía asomando en los mejores momentos de El Capitán Trueno, aquellos en los que Ambrós daba forma a su concepto épico.
A partir de 1960, Mora abrió caminos a su trabajo escribiendo guiones para la agencia Selecciones Ilustradas de José Toutain, por lo que su obra se hizo adulta y habló en varias lenguas al destinarla a magacines franceses como Charlie y Pilote (Sunday, Felina, Ángeles de Acero, Las crónicas del Sin Nombre…) Pero eso es otra historia, para otro trabajo y otro momento. El modesto objetivo de estas líneas es el de agradecerle a este gran narrador el tiempo que pasó haciendo felices a muchos españolitos, en una época que culturalmente se caracterizó por el inmenso aburrimiento que la casta dominante reservaba para la población, incluida la infantil.
2 De la misma manera que Groucho Marx aparece como presidente de una república –que tiene que ser de locos para elegirle- en Sopa de Ganso de 1933 o, siendo un veterinario, dirige una clínica balneario de adelgazamiento para pacientes ricas y gordas en Un día en las carreras, de 1937













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